lunes, 30 de abril de 2012

Un penal y seis puntos



Por: Victor Robles

Una vida sin niñez accidentada no es vida y así sea un cliché, la mía no es la excepción. A los cuatro años ya era amante del fútbol y sufrí mi primera sutura de seriedad. Con ustedes, mi mejor recuerdo pelotero.
El “Caudillo” y yo,  una foto que más o menos puede describir esa tan rica niñez que gocé y recuerdo como si fuese ayer. Lo más cómico es que yo le pedí a mi tío Oscar que me tome la foto con el poster de uno de mis más grandes ídolos, pero yo cuando jugaba en Unidad Vecinal Matute era arquero. Detrás de esa ventana pegada con esa masilla olorosa que todos alguna vez hemos tenido en casa, se encuentra el estadio Alejandro Villanueva.
 Ese look desordenado y tipo hongo se lo debo a mi viejo, hincha a muerte de The Beatles, y creo que vio en mi una pequeña ilusión rockera que nunca pudo cumplir por estar a la vanguardia disco de su época. El día de la fotografía tuve que regresar a mi casa, una Quinta en el centro de Paruro, de la mano de mi madre, después de tomar un lonche poco nutritivo en casa de la abuela a base de pan con Manty y te Mc’Collins. Solo nos alcanzaba para eso.
Inspirados por mis ídolos aliancistas, siempre me vestía listo para la acción. Mis zapatillas negras marca Walon eran infaltables en mi vestuario y a pesar que mi madre siempre me compraba jeans, yo los detestaba porque no me inhabilitaban la flexibilidad. Acuérdense que yo era arquero, “Benji Price” para ser preciso. Incluso una vez pinte mi pelota con un “¿Sales?” y la pateé hacia el balcón de un amigo, al mismo estilo de Supercampeones. Pero esa es otra historia.
Mi querida Quinta estaba conformada por tres edificios, el de la fachada, y 2 a los lados que se encontraban y cerraban el terreno. En esa misma Quinta de Paruro que de vez en cuando voy a visitar a algunas amistades que han hecho su vida ahí, en donde en la rotonda hacíamos las coreografías del Baile del Perrito, en ese mismo lugar se organizaban las más fieras pichangas que el fútbol peruano ha podido ver. Ya hubiese querido Thierry Henry definir como el negro Daniel, o Messi igualar la velocidad del “chato” Percy; pero el obstáculo a vencer era yo, el imbatible yo. 
Jugábamos debajo del edificio que servía de fachada, entre las columnas que lo sostenían. Mi arco era emulado por unas rejas que cubrían los medidores de luz de toda la quinta y debajo de esos “tres palos” estaba una figura imponente con una gorra azul Adidas de 12 soles. A la hora de la hora, cobrábamos hasta la posición adelantada, claro que la cobraban los más grandes, porque los demás no estaban tan actualizados con esa reglamentación FIFA. 
Aquel día cumplí uno de mis más grandes sueños, tapar un penal de Juan Augusto. Él era temido por su potente pierna derecha, era uno de los pocos que lograban superar mi agilidad física y mental en la portería, y para colmo ese día le tocaba patear su primer penal. Ambos primerizos en esta penalidad ni siquiera cruzamos miradas, solo confiamos en nuestros instintos. Una carrera de casi 3 metros y un sonido explosivo fue lo último que recuerdo, levanté la mirada y mis amigos estaban hasta llorando. 
Me pusieron boca arriba y a los 3 minutos llegaron mis padres. Mi mamá preocupada y mi padre pálido y sin saber qué hacer, me cargaron y me llevaron a la posta más cercana de Paruro.  Un maldito vidrio en el suelo se incrustó en mi cabeza y derivó en mi primera herida suturada. Fueron 6 puntos en lo alto de mi frente. 
Esto es lo que más recuerdo de cuando tenía 4 años, es lo que más se me viene a la mente de mi niñez y es uno de mis mayores orgullos porque ese penal, me lo tapé. 



Víctor Robles M.


Crónica de Machu Picchu




Por: Yuri Ramírez

íbamos camino a Cuzco. Tenía 15 años y recuerdo que  primero pasamos por el Aeropuerto Internacional  Jorge Chávez, luego tomamos el avión y  en el transcurso del viaje hubo bastante turbulencia, uno que otro se asustó, a mi solo se me taparon los oídos. Digamos que  la llegada fue un poco agitada. Instalados en la ciudad imperial nos fuimos a visitar la plaza armas y sus catedrales renacentistas. Yo tenía una gran expectativa porque sabía que al día siguiente conocería  Machu Picchu, esa era nuestra meta.
Pasaron las horas muy rápido y cuando me  di  cuenta estaba   la ciudad de Aguas Calientes ,era  como estar  encerrados entre  altas montañas verdes y así  nos enrumbamos en la aventura hacia  la ciudadela inca , no sin antes probar esos  deliciosos chicharrones con papa  y como olvidarme de ese queso con choclo  y su pancito serrano  altamente nutritivo y es que era básico comer antes de partir, puesto que  la subida sería  agotadora.

Entones compramos unas botellas de agua y unos palos para apoyarnos y  empezamos a caminar.  Siguiéndoles los pasos  a  algunos guías adentrándonos poco a poco a la selva, pasábamos por túneles de tren, por riachuelos y siempre estábamos a la expectativa de que no pase alguno de esos trenes. Fue una caminata de 35 minutos  aproximadamente antes de llegar a la subida.

La subida empinada no fue nada fácil, en un momento teníamos que cogernos de las ramas y de la misma vegetación para no resbalar y darnos impulso. En ocasiones nos encontrábamos con  lugares señalizados donde se puede descansar y tomar aliento, sin embargo  cuando creímos recobrar fuerzas, fue que empezó a llover y se complico un poco todo.

Aun así seguimos contra todo pronóstico la caminata. Hubo uno que otro susto por algunos resbalones, pero no llegó a mayores. Por momentos nos cruzábamos con personajes vestidos de incas; eran los pobladores que en una forma artística en busca  de colaboración, gritaban: “One dollar please, One dollar” a los buses que venían descendiendo lleno de turistas. Fue así que lo logramos. Ya  a punto de ingresar, tuvimos que comprar un plástico impermeable porque no paraba de llover.

Aunque no pude contemplar muy bien el paisaje por las nubes y la lluvia, pude sentir que estaba en un lugar lleno de energía, poderoso, estar a esa altura pisando las nubes fue maravilloso. Siempre con la compañía de mi padre quien tomó la foto donde salgo  junto al Intihuatana donde dice la historia que lo utilizaban para amarrar al Sol ya que era su padre y su Dios y no querían que se fuera; También hay quienes dicen que el Intihuatana era un reloj solar que el tiempo y las estaciones del año se calculaban de acuerdo a las sombras proyectadas por el sol, al posar sus rayos sobre la escultura de granito.

El pequeño de la quinta





Por: Carlos Cáceda     

Reja con vista a la calle, de pisos rajados como si un remezón de la tierra hubiera sucedido ahí, paredes ladrilladas de un color amarillo apagado, techos con cables pelados, que en tiempos de lluvias votaban sus chispas, de luz y cable mágico, pasadizos con salidas a un mundo de puertas dándole vida a los callejones que en tiempos pasados fueron chacras y tumbas, ahora habitan más de 60 familias en ese espacio de 200 m2.

Un niño de solo cuatro años con el cabello de la forma de una coliflor, del tamaño de un pigmeo, piernas y brazos cortos pero útiles para poder patear una pelota de playa que se la regalaron por el carisma que el niño plasmaba, así dice su madre. Con un conjunto, short y vvd del color de la banana y unas sandalias ardillita color blanco era lo que vestía al niño de cabeza algo inflada para algunas personas.

La pelota regalada por una señora de aproximadamente 55 años, Ana ‘la cubana’, era de una marca de crema para la protección de la piel, Nivea. La foto captada por la unas de las más fieles fans de este ‘jovencito’ – su abuelita- fue de una cámara kodak en los años 90 era la que retrató este momento el cual es difícil de olvidar. 

Rompí mi juguete de action man


Por: Diego López

Mi nombre es Diego López Alvarado y recuerdo claramente el 19 de febrero del 98, cumpleaños de papá y tenía 6 años, todavía estaba en el colegio e iba acabar ya la inicial. Era jueves y mamá me levanto muy temprano para saludar al viejo en su gran día, cumplía 35 y parecía de 50 (siempre lo molestaban), nos alistamos rápidamente para buscar a mis abuelos como todos los años, teníamos que ir todos juntos a un Club de Huachipa para pasar el día juntos.

Mi mamá como siempre se preocupaba por mí y mis hermanos, siempre llevábamos en el canguro que me regalo mi abuelo, el repelente por los moscos y los lentes por el sol. No olvido que la molestaba a mamá para montarme en el caballo, si no me equivocó primera vez que veía ese animal y una persona encima de ella, osea montándola. Seguramente por la expresión de mi cara ven que no estoy muy contento y parezco un niño tranquilo, no es lo que aparento en verdad, buscaba mi juguete y quizás quería que el caballo corra.

Gracias a dios ese día falte al colegio, para todo niño ustedes sabrán que faltar al colegio es lo más lindo, pero cuando acaban el colegio es lo más triste. Era el engreído de mamá por ser el menor, ese día les juro que me embutí en comida y helados, mi estrategia era enfermarme para no ir al colegio hasta el lunes pero fue en vano, papá era el más estricto y no pasaba ni una (hasta ahora), me repitió toda esa tarde que no coma mucho helado, si me enfermará igual iba al colegio.


Ese día también fueron mis tíos y sus hijos, como todo niño lleve mis juguetes, pero mi intención no era prestarlos y mi papá también me dijo que tenga cuidado que si se pierden no compraba otros, mi primo Armando que es mayor por dos años, era mi ‘compinche’ en la reunión, la gente se reía con nuestras travesuras, éramos el alma de la fiesta, se los juro. Ese día lleve un juguete de Action Man, era el juguete preferido de todo niño, se lo preste a mi primo, cuando me tome la foto con el caballo nunca más volví a ver mi juguete, según mi primo, el caballo lo piso y lo rompió.

El Hombre de la Vincha


Por: Jorge Luna


Trate de descubrir de donde nace mi amor por el fútbol, debe tener un origen más allá de las ocasionales visitas a un estadio en compañía de mi padre y hermano, cuando vivía en Cuzco a mis 5 años. Aquellos partidos entre Cienciano contra Melgar, que casi siempre ganábamos los arequipeños, y el premio a la salida de esas tribunas: sus palos de anticucho en medio de una niebla humeante de sabor a ají panca y aceite. La razón a este idilio futbolístico puede basarse en un relato de mi madre que sin sonrojarse me cuenta una historia que puede explicar la pasión por el fútbol.

Arequipa década de los 70’, barrio  tradicional de Yanahuara. En las cuadras cerca de su plaza se ubicaba la casa de juventud de mi madre, mucho antes de conocer a su esposo, mi padre. Uno de las familias vecinas de la cuadra era la Pérez, cuyo hijo mayor de cuerpo atlético y cabello frondoso desbaratado de la época fue enamorado de mi progenitora; que con una sonrisa escondida mientras me cuenta esta parte de su vida me hace pensar que tiene buenos recuerdos del primogénito de los Pérez.

Benigno Pérez el nombre de este joven. Oficio, jugador profesional de fútbol. Sorpresa mi madre, la razón de mi existencia, salía con un futbolista que por esos años se consagraría  campeón de la Copa Perú en 1973 con el Huracán de la Pampilla, equipo arequipeño. Ella en la tribuna iba a alentar al ‘Hombre de la vincha’. Pues este defensor jugaba con un elástico grueso que sujetaba el pelo sobre su frente, cosa poco común para ese tiempo. Sera que ese ADN entusiasta de mi madre en la relación con el jugador haya sido suficiente para trasmitir esta pasión por el fútbol. Sabemos que lo genético es generacional y manda. Benigno Pérez campeón con el Melgar en el 1981 tiene mi respeto de este hincha rojo y negro.

Años después en el Cuzco, ese de los anticuchos en el estadio, me encontraba en medio de una actuación del jardín donde estudiaba esos años, vestido con: malla pegada, camisa brillosa blanca con lentejuelas doradas, los zapatos de valet y con un ‘vincha’ celeste para, por culpa de mi madre, bailar la Balada Adelina de Richard Clayderman canción instrumental para danza valet. Acto que es recordado en toda reunión familiar, pero es así de muy niños siempre obedecemos las excentricidades que nuestros padres que se entusiasman en vestirnos de las más ridículas maneras solo para  tener recuerdos fotográficos que después de años son embarazosos recuerdos infantiles.

La ‘Vincha’ un accesorio utilizado con más frecuencia en el fútbol de hoy, tal vez fue el objeto que marca parte de mi vida aquella de ridículos bailes de niño o del amor por el deporte más grande del mundo.



Mi infancia grande


Por: Miguel Hernández Alegre

En aquella foto salgo con la persona más importante de mi vida, después de mi madre por supuesto. Mi abuela, que por esos días solía llamarla “Mamá Viejita”. Era uno de últimos nietos que vivía con ella, entonces siempre me engrió y me engríe. Cada vez que alguien me decía algo, ella yo me escudaba en ella, que por supuesto siempre me defendía.

Aquella pared de fondo media rustica, era la de mi sala. Ahí se festejaban todas las fiestas familiares y como yo no podía  ser la excepción, mi cumple también por supuesto.  Mi abuela es una de esas personas religiosas y muy creyentes a la religión católica; entonces mi casa no podía faltar la figura de Jesús, Dios, la última cena, la imagen de algún santo, etc. 

Se puede apreciar una torta. Mi cumple “cumple” número 3. No es como hoy en día que todas las fotos son con una cámara digital. Esta foto fue sacada con una a rollos, de esas que están hoy en día la mayoría están en los museos y no en las casas. En esos cumples a uno lo disfrazaban de todos: marinero, galán, policía, etc. etc. Yo no podía ser la excepción en ese entonces uno sólo acataba las reglas de los adultos y éramos todos felices.

Todavía recuerdo aquel callejón de un solo caño que era la entra de mí casa,  aquel de mi infancia por el cual cada vez que corría llevaba una sonrisa en el rostro. Seguramente esa misma sonrisa que lleva cualquier niño cuando la  disfrutó. Esa entrada  a la casa era espectacular. Una puerta de  madera, era la entrada. De esas antiguas que parecía para las cantinas del viejo oeste, un poco más alta y mucho más rustica por supuesto.

Nací y me crecí en lugar humilde, pero acogedor, con toda la mi familia y cuando digo con toda con toda. ¡Es con toda!. Si algún de mis tíos se casaba, se iba vivir a la casa de su esposa y si alguna de mis tías se casaba su esposo venía  vivir a casa. Así la familia era cada vez más grande. 
La contraluz de mis recuerdos


Por: Rodolfo Huamán


Ahora solo queda acordarme de aquellos  viejos momentos futbolísticos tatuados en mi piel registrado por una fotografía antigua. Tenía apenas 9 años, pero ya sabía lo que era salir campeón a nivel nacional, lo que era derrotar a equipos con jerarquía de mayor peso y estatura. Solo recuerdo aquel momento cuando sentí nervios cuando escuché mi nombre para recoger mi medalla por los jueces.

En esos tiempos jugaba con unos “chimpunes” umbro blancos que parecía estar hechos a mi medida, o por lo menos me sentía un jugador completo e imaginarme por un rato como Oliver Atom o Steve Hyuga de los “Super Campeones”.  En dicho campeonato anoté un gol pasando la media cancha, fue un bonito gol que lo recuerdo como si fuera sido ayer. Era el típico “6” antiguo que recuperaba pelotas y habilitaba a mis compañeros, con un temperamento muy enérgico en el césped. Todo un líder, pero no me bastaba para que me pongan la cinta de capitán.

No tenía obligación por tener el mejor físico, solo le importaba que deje la vida en la cancha y que mate (literalmente) por el club. Aún recuerdo esas rodillas raspadas por la tierra, las medias que salían limpias de casa pero regresaban sucias. Las palabras de mis padres que me daban aliento antes de ingresar al campo y de la infaltable cruz de metal que llevaba a todos lados.

Ya pasó mucho tiempo desde esa vez que salí campeón, ahora el cuerpo ya no es el mismo de antes, más parezco más un robot en el campo que solo puede girar 180° en el verde, se acabó las glorias que conseguí en el pasado, ahora solo me queda una fotografía que me hace retroceder en el tiempo donde solo tenía 9 años, yo no quise crecer pero el destino se encargó de eso.

UNA COMPLEJA TARDE DE FÚTBOL


Por: Renato Sifuentes Gonzales

Una tarde de otoño, el sol se reusaba a dejar las tardes de Mayo, estaba en inicial de 5 años.  Sonó la tan ansiada campana de salida, todos en el aula formamos en fila para encontrarnos con nuestros padres en el portón de aquella escuela inicial. Me esperaba mi mamá y mi tía, para ir a almorzar y comer una rica causa al paso, en el puesto de la señora ´Dora´.

Luego de almorzar en casa llegó Renzo, mi primo y mejor amigo, con su pelota para ir a jugar como siempre todas las tardes en las calles de nuestro barrio, me cambié rápido y salimos a jugar. Mi abuelo llegaba recién del trabajo y nos propuso ir al ´complejo´ una cancha de gras natural, que combina lo verde de un estadio de pueblo y las vacas tras el arco, que comen el pasto crecido. Ubicada a las afueras de Supe Pueblo. Nos entusiasmó la idea, vamos dijimos.

Subimos en su carro, un Nissan Sunny del 90´, luego de 5 minutos llegamos al campo, allí jugamos un partido 2 contra 2 con otros niños los cuales eran un poco más grandes que Renzo y yo, incluso un niño del equipo contrario cayó tras un amague de Renzo, en un pequeño bulto color marrón (desperdicios fecales de una vaca) me dio mucha risa y a la vez asco jajaja…  luego de 40 minutos de juego gamos 5 a 3 en una gran tarde de fútbol.

Terminamos exhaustos, mi primo con su camiseta de la selección peruana sucia y yo con la de Universitario, pasamos una excelente tarde deportiva, llena de goles, caídas, patadas y celebraciones. Llegamos a casa y mi mamá nos esperó con una gran cena, chicharrón de gallo con un caldo de gallina que me hizo dormir como oso, hasta el otro día para ir a la escuela