lunes, 30 de abril de 2012

El Hombre de la Vincha


Por: Jorge Luna


Trate de descubrir de donde nace mi amor por el fútbol, debe tener un origen más allá de las ocasionales visitas a un estadio en compañía de mi padre y hermano, cuando vivía en Cuzco a mis 5 años. Aquellos partidos entre Cienciano contra Melgar, que casi siempre ganábamos los arequipeños, y el premio a la salida de esas tribunas: sus palos de anticucho en medio de una niebla humeante de sabor a ají panca y aceite. La razón a este idilio futbolístico puede basarse en un relato de mi madre que sin sonrojarse me cuenta una historia que puede explicar la pasión por el fútbol.

Arequipa década de los 70’, barrio  tradicional de Yanahuara. En las cuadras cerca de su plaza se ubicaba la casa de juventud de mi madre, mucho antes de conocer a su esposo, mi padre. Uno de las familias vecinas de la cuadra era la Pérez, cuyo hijo mayor de cuerpo atlético y cabello frondoso desbaratado de la época fue enamorado de mi progenitora; que con una sonrisa escondida mientras me cuenta esta parte de su vida me hace pensar que tiene buenos recuerdos del primogénito de los Pérez.

Benigno Pérez el nombre de este joven. Oficio, jugador profesional de fútbol. Sorpresa mi madre, la razón de mi existencia, salía con un futbolista que por esos años se consagraría  campeón de la Copa Perú en 1973 con el Huracán de la Pampilla, equipo arequipeño. Ella en la tribuna iba a alentar al ‘Hombre de la vincha’. Pues este defensor jugaba con un elástico grueso que sujetaba el pelo sobre su frente, cosa poco común para ese tiempo. Sera que ese ADN entusiasta de mi madre en la relación con el jugador haya sido suficiente para trasmitir esta pasión por el fútbol. Sabemos que lo genético es generacional y manda. Benigno Pérez campeón con el Melgar en el 1981 tiene mi respeto de este hincha rojo y negro.

Años después en el Cuzco, ese de los anticuchos en el estadio, me encontraba en medio de una actuación del jardín donde estudiaba esos años, vestido con: malla pegada, camisa brillosa blanca con lentejuelas doradas, los zapatos de valet y con un ‘vincha’ celeste para, por culpa de mi madre, bailar la Balada Adelina de Richard Clayderman canción instrumental para danza valet. Acto que es recordado en toda reunión familiar, pero es así de muy niños siempre obedecemos las excentricidades que nuestros padres que se entusiasman en vestirnos de las más ridículas maneras solo para  tener recuerdos fotográficos que después de años son embarazosos recuerdos infantiles.

La ‘Vincha’ un accesorio utilizado con más frecuencia en el fútbol de hoy, tal vez fue el objeto que marca parte de mi vida aquella de ridículos bailes de niño o del amor por el deporte más grande del mundo.

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