Por: Alonso Cockburn Alva.
Tiritando de frío, mordiéndome las uñas de mis pequeños y arrugados dedos que remaron fuerte y parejo para llegar a la final, me encontraba entre la multitud esperando frente al estrado el resultado final de la serie.
Era febrero del 95 en Pacasmayo. Tenía apenas 9 años y como todos los veranos esperaba ansioso el campeonato de body board que organizaba el club y en el que participaba junto a todos mis amigos de la categoría. En ese tiempo solía ser anfibio, desde que despegaba el ojo lo primero que pensaba era en ir al mar, el gran parque de diversiones frente a casa con el que contábamos los afortunados niños que vivíamos en ese maravilloso puerto.
Por: Alonso Cockburn Alva.
Tiritando de frío, mordiéndome las uñas de mis pequeños y arrugados dedos que remaron fuerte y parejo para llegar a la final, me encontraba entre la multitud esperando frente al estrado el resultado final de la serie.
Era febrero del 95 en Pacasmayo. Tenía apenas 9 años y como todos los veranos esperaba ansioso el campeonato de body board que organizaba el club y en el que participaba junto a todos mis amigos de la categoría. En ese tiempo solía ser anfibio, desde que despegaba el ojo lo primero que pensaba era en ir al mar, el gran parque de diversiones frente a casa con el que contábamos los afortunados niños que vivíamos en ese maravilloso puerto.
De izq. a derecha: Claudia, Alejandra, el chino Javier, Ernesto, yo, Bianca, Alessandra, Maria fe y Mariana. Atrás: Otto. |
Recuerdo que éramos un grupo grande entre mujeres y hombres a quienes nos encantaba ir desde tempranito a disfrutar de las olas y aunque la mayoría lo hacía con el fin de divertirse, yo siempre intentaba ser el mejor. Entre los que más destacaban en ese grupo estaba “el chino”, el que escribe y Claudia, sí una mujer.
La competencia se basaba en el tiempo que podías permancer parado sobre la ola, a pesar de usar una ‘morey’, nosotros la utilizábamos como tablas. Cuando eres pequeño exageras las cosas, yo alucinaba que corría inmensos olones pero la verdad, viendo la escena desde mi perspectiva actual, aquellas olas no superaban el metro de altura, en fin ese es otro tema.
Nuestra categoría ‘junior’ era una especie de preliminar para la de los mayores. A pesar de no realizar maniobras radicales, o de bajar grandes olas, teníamos un gran público pendiente de lo que sucedía en el mar. La competencia se inició desd muy temprano, el grupo se dividió en 2, en mi serie estábamos el “chino”, mi primo Ernesto, Alejandra y yo. La otra serie era únicamente de mujeres. De cada una solo pasaba uno y directo a la final.
Luego de correr por más de 20 minutos terminó mi serie y desde antes ya sabía que iba a clasificar, lo sentía por la cantidad de olas que supe correr y así fue, vimos los resultados en la pizarra y estaba dentro de la final, lo más difícil ya había sido superado, ahora tocaría enfrentar a una niña.
De la otra serie la ganadora fue Claudia, me sentí tranquilo porque jamás me iba dejar ganar por una mujer (a esa edad era pecado mortal que una mujer te supere hasta en el yan ken po). El momento de la verdad había llegado, dos piojos se disputarían por 20 minutos el campeonato. Mi honor estaba en juego.
La primera ola la agarró claudia, que con una destreza innata supo llegar hasta la orilla impactando a los jueces. Yo pacientemente esperé por mi ola, ésta llegó, era una doble ola la que según yo me daría el título. La remé con fuerza, me paré y a los pocos metros me caí, no lo podía creer. Seguimos palmo a palmo disputando las olas, yo quería ganar como sea y a ella se le notaba relajadaza, me empezaba a poner nervioso de tan sólo pensar que podía ganarme una mujer.
El resto de la serie transcurrió con normalidad, resaltando que fue Claudia quien nunca se cayó de la morey. La chicharra avisó que la serie había terminado. A la orilla se encontraban mis amigos que me recibían dándome el aliento necesario, en la otra esquina, las chicas hacían lo mismo con su competidora, una guerra de géneros se estaba librando.
A pesar de haber caído en una oportunidad tenía la plena confianza de ganarle por habilidad y además porque un tío mío, surfer también, se encontraba de juez y tal vez me daría una mano.
Tiritando de frío, mordiéndome las uñas de mis pequeños y arrugados dedos que remaron fuerte y parejo para llegar a la final, me encontraba entre la multitud esperando frente al estrado el resultado final de la serie. “Y en la categoría junior, segundo lugar… (mariposas en el estómago de por medio) Alonso Cockburn”. No lo podía creer, mi honor había sido pisoteado, magullado mientras las mujeres abrazaban a Claudia, nos sacaban pica, las fotos eran para ellas.
Sin pena ni gloria decidí retirarme del lugar de manera caleta, lo más gracioso fue que entré nuevamente al mar para seguir corriendo. Una vez dentro me corrí las mejores olas del día, no gané nada pero aprendí una lección: si uno se divierte haciendo lo que más le gusta, de todas maneras lo hará bien. Yo me presioné y perdí, ella sonrió y ganó. Sí me ganó una mujer.
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