Trate de descubrir de donde nace mi amor por el fútbol,
debe tener un origen más allá de las ocasionales visitas a un estadio en
compañía de mi padre y hermano, cuando vivía en Cuzco a mis 5 años. Aquellos
partidos entre Cienciano contra Melgar, que casi siempre ganábamos los
arequipeños, y el premio a la salida de esas tribunas: sus palos de anticucho en
medio de una niebla humeante de sabor a ají panca y aceite. La razón a este
idilio futbolístico puede basarse en un relato de mi madre que sin sonrojarse
me cuenta una historia que puede explicar la pasión por el fútbol.
Arequipa década de los 70’, barrio tradicional de Yanahuara. En las cuadras cerca
de su plaza se ubicaba la casa de juventud de mi madre, mucho antes de conocer
a su esposo, mi padre. Uno de las familias vecinas de la cuadra era la Pérez,
cuyo hijo mayor de cuerpo atlético y cabello frondoso desbaratado de la época
fue enamorado de mi progenitora; que con una sonrisa escondida mientras me
cuenta esta parte de su vida me hace pensar que tiene buenos recuerdos del
primogénito de los Pérez.
Benigno Pérez el nombre de este joven. Oficio, jugador
profesional de fútbol. Sorpresa mi madre, la razón de mi existencia, salía con
un futbolista que por esos años se consagraría campeón de la Copa Perú en 1973 con el Huracán
de la Pampilla, equipo arequipeño. Ella en la tribuna iba a alentar
al ‘Hombre de la vincha’. Pues este defensor jugaba con un elástico grueso que
sujetaba el pelo sobre su frente, cosa poco común para ese tiempo. Sera que ese
ADN entusiasta de mi madre en la relación con el jugador haya sido suficiente
para trasmitir esta pasión por el fútbol. Sabemos que lo genético es
generacional y manda. Benigno Pérez campeón con el Melgar en el 1981 tiene mi
respeto de este hincha rojo y negro.
Años después en el Cuzco, ese de los anticuchos en el
estadio, me encontraba en medio de una actuación del jardín donde estudiaba
esos años, vestido con: malla pegada, camisa brillosa blanca con lentejuelas
doradas, los zapatos de valet y con un ‘vincha’ celeste para, por culpa de mi
madre, bailar la Balada Adelina de Richard Clayderman canción instrumental para
danza valet. Acto que es recordado en toda reunión familiar, pero es así de muy
niños siempre obedecemos las excentricidades que nuestros padres que se entusiasman
en vestirnos de las más ridículas maneras solo para tener recuerdos fotográficos que después de años
son embarazosos recuerdos infantiles.
La ‘Vincha’ un accesorio utilizado con más frecuencia en
el fútbol de hoy, tal vez fue el objeto que marca parte de mi vida aquella de
ridículos bailes de niño o del amor por el deporte más grande del mundo.
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