lunes, 30 de mayo de 2011

Ataque rosado

Por: Alfredo Tirado


Juventud desalmada. Los hinchas rosados hicieron que me despida de mis familiares antes del amague de asalto.


Se venían los misiles. No eran los disparos de los delanteros del Sport Boys, sino los proyectiles que lanzaba la “Juventud Rosada”, hinchada del equipo chalaco en las afueras del Estadio Nacional. Era un domingo de fútbol en pleno verano del 2005. Un partido amistoso se realizaba entre Universitario de Deportes y Cienciano del Cusco, por la extinta Copa El Gráfico – Perú, esta que reunía sonantes equipos locales y de vez en cuando algunos de Sudamérica (como Peñarol en 2002, Independiente de Avellaneda en 2003 y Estudiantes de La Plata en 2004).

Todo indicaba que sería una excelente oportunidad para pasarla en familia; en este caso, mi papá y yo, que tenía dieciocho años, habíamos ido juntos. Pero un cruce desafortunado daría paso a un momento de tensión: antes del partido de fondo, hubo uno encuentro preliminar entre Sport Boys y Sporting Cristal, que desencadenó robos y amenazas en las afueras del estadio que, cuando estábamos los dos a punto de entrar al coloso, nos dejaron con el corazón en la boca pensando que todo se acababa ahí.


La previa

Mi papá me llevó al evento para ver jugar a Kukín Flores, que acababa de firmar por la ‘U’. Su presencia en el partido estaba asegurada. En la radio anunciaban que el estadio ya se estaba llenando para el partido entre los cremas y el equipo de moda (Cienciano había ganado la Copa Sudamericana en 2002 y la Recopa Sudamericana en 2004), mientras nosotros nos aproximábamos cada vez más al evento en su carro: un Honda Civic de la época.

Llegamos con el tiempo justo. Arrancamos a trotar para llegar a tiempo y ver la salida de los equipos. Entonces estábamos haciendo cola en la boletería para adquirir nuestras entradas a la tribuna occidente, y ocurrió lo inesperado: los hinchas del Boys, vándalos en su mayoría, salían cruzaban por esa calle tras salir por la tribuna sur, luego de la derrota de su equipo en el partido anterior.


Misileros salvajes

Estaban airados. Nos vieron a los diez o quince que esperábamos nuestro turno para comprar los boletos y en eso se detuvieron al frente nuestro. Estaban a solo diez metros y eran como cincuenta. En ese instante se me pasó por la cabeza lo que seguro también imaginaron los otros catorce (estamos jodidos).

Sin policías que nos protejan (era un amistoso, no estaban previstas las trifulcas) no teníamos cómo salvarnos. Se venían y a rezar. Ahí fue cuando el líder de la mancha de coléricos aficionados hizo la señal de avance y todos comenzaron a correr hacia nosotros gritando. ¡Así como en Corazón Valiente! Parecían un ejército de bárbaros como el de Atila que quería tumbarse a Roma entera. Pero Roma éramos nosotros quince. Éramos pocos, sin armas, sin policías, ni líderes con ánimos de guerrear ni tampoco razones para hacerlo.

Ya no había otra: se venían todos gritando como locos y no había otra que defenderse cada uno por su vida. Ya estaban a cinco metros para comenzar a robarnos o quién sabe qué más, y entonces se detuvo el tiempo.

¡Los vándalos se frenaron y comenzaron a reírse y mofarse de nosotros! No habíamos hecho una comedia teatral para que hacer reír a alguien, sino que ellos mismos se habían fabricado su momento de risa con una broma pesada, para asustarnos y que pensemos que ya no había tiempo ni para escribir testamento. Se reían a carcajadas. Se vacilaban mientras nosotros, gente tranquila no como ellos, solo quería entrar al estadio para ver un partido de fútbol.

Y se retrocedieron mientras se daban palmazos en la mano (como dándose los cinco, mismo Will y Jazz en el Príncipe del Rap). Estaban jugando, pero con nuestras pulsaciones que estaban a mil.
Entonces se vino la segunda tanda. Otra vez corrían hacia nosotros cincuenta desalmados inhumanos para asustarnos y nosotros esperábamos que otra vez se detengan. Fue tal el susto que no recuerdo si fueron dos o tres veces las arremetidas de esos despiadados, malvados, perversos salvajes disfrazados de hinchas.

Felizmente se fueron del lugar, con sus risas incesantes (me imagino que así se reirían los piratas del siglo dieciocho, tras haber ganado una batalla o haber robado un barco). La cosa es que se largaron del lugar dejándonos ahí, atónitos y sin saber qué pasó hasta que retornó la conciencia y la calma: ya estábamos a salvo.
Creo que recé un rosario entero en esos treinta segundos que duró el ataque. Dios me dijo que podía pecar de ahí a los cinco próximos años. Todos nos tranquilizamos pero nadie decía nada. Quedamos mudos del susto y si venía un periodista de esos que te preguntan ¿y… quién gana hoy? Hubieran pensado que no hablábamos el idioma, o que solo estábamos de pasada.

Todo pasó y entramos al estadio. Kukín salió con la ‘10’ y el mal momento que pasamos se olvidó por completo. Se presentaron los equipos y el estadio se veía espectacular. Mi papá y yo ni hablábamos de lo que había pasado: nuestra naturaleza nos decía, sabiamente, que lo ocurrido tenía que pasar desapercibido. Nos concentramos en el partido y comenzamos a disfrutar. Solo el fútbol podía revertir el mal momento que acabábamos de pasar, aunque tras el encuentro (que ganó Cienciano por penales, dado que 'Cuto' Guadalupe falló un penal en la definición por el título) los ladrones del atraco robaron las lunas del carro de mi papá. Fue un fastidio, pero nosotros estábamos bien y las huachas de Kukín nos hicieron regresar a casa con una sonrisa inborrable... Lo que le fútbol puede hacer.

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