lunes, 30 de mayo de 2011

El loco que me volvió loco

Un escorpión me inyectó su veneno… felizmente, hubo cura
Por: Alfredo Tirado
                  Yo y atrás mi abuela, que no quiso curarme y sí reírse de mi
                  demencia.
Los miedos se contagian, dice un refrán que continúa: “El miedo es la raíz de todos los problemas”. Es que las personas transmitimos temores y muchas emociones más, hasta acciones. A veces, estas se multiplican en las mentes de las personas, cuando fue uno solo el que inició el cambio: un diferente, un pensante, un genio y hasta un loco de remate, que podría hacernos andar por la vereda que nunca utilizamos, y hasta saltar por los aires como un demente boca abajo y con los brazos abiertos con una pelota de fútbol, para luego golpearse en el suelo como un suicida imbécil (sin motivo alguno, por eso imbécil) en vez de estar viendo la final de la Copa del Mundo con toda su familia en una sala, disfrutando del mayor placer que el fútbol puede dar.
Este es mi caso. Así como Atila, Napoleón, Hitler, Los Beatles o hasta Ollanta Humala en el Perú actual pudieron difundir sensaciones que se adherieron a los pensares y acciones de varios grupos de gente, hasta de multitudes, a mí me transfirió su locura futbolera René Higuita, el arquero colombiano que enseñó a los ingleses que el fútbol tiene muchas expresiones: hasta la demencia misma, cuando hizo la maniobra conocida como ‘el escorpión’, en el mítico estadio de Wembley ante inventores del deporte más apasionante del mundo.

El día de la independencia – 1995
Lo llamo así porque fue el día en que varios locos dejamos la esclavitud del sentido común: fuimos libres. Todos estamos algo locos –dicen–, entonces ese 7 de setiembre de 1995 Higuita dio la libertad a algunos locos por del fútbol, así como Ramón Castilla se la dio a los esclavos negros en el Perú a mediados del siglo diecinueve (eso sí fue por una buena causa).
Yo vi la maniobra del escorpión de Higuita. Esta que recorrió el mundo entero (si existen los extraterrestres, estos se pasaron la voz entre ellos, o lo que fuera que les permita comunicarse) y mi mente debió haber hecho algo parecido a lo que la cabeza de Einstein (salvando las distancias cerebrales) sufrió cuando se le ocurrió analizar el tiempo y el espacio: una bomba explotó en su cabeza.

La hora loca
Me reventó a mí. Vi el escorpión y lo único que quería hacer desde ese momento era hacer el maldito escorpión. No quería jugar fútbol. No quería patear la pelota. No quería llamar a mis amigos, solo pensaba en hacer el escorpión una y otra y otra vez, tirando la pelota contra la pared para luego recibirla a media altura y lanzarme como un tarado a no darle a nada y destrozar mis pectorales al rebotar en el suelo.

Estaba tan motivado que hasta creo que rebotaba en el jardín de la casa de mi abuela y enseguida ya estaba de pie otra vez para una serie más del ejercicio. ¡Estaba alienado! El esquizofrénico que dormía dentro de mí despertó y se liberó el loco. ¡Solo quería hacer el condenado escorpión! ¡No quería ni ver la tele que tanto me gustaba!

Y mencioné a mi abuela. ¡Ella me ayudaba! Le gusta el fútbol y me apoyaba en mi intento de hacer el escorpión. Me lanzaba la pelota una y otra vez durante horas sin parar. ¡Quería que siguiera siendo un demente! ¡No me quería curar! Le gustaba verme intentarlo y se revolcaba de la risa que con mi flacura chocara en el pasto y otra vez ya estaba de pie para continuar (era bien ágil).
Fracaso en la operación al enfermo
El fútbol me había enfermado. Él tenía la culpa de todo: ahora sufría esquizofrenia escorpiónica  alucinatoria. Los síntomas eran los siguientes: no veía televisión, no llamaba a mis amigos para jugar, solté el Nintendo y me salían marcas en el pecho (de tanto tirarme al suelo). ¡Ahora era un antisocial! Mi arco de fútbol se comenzó a oxidar (no lo usaba). La pared del jardín de mi abuela estaba llena de círculos grises, de tantos pelotazos que enviaba para que vengan de vuelta para la obra de arte. Ya me salía, ¡pero tenía que dejarla!

Y el fútbol no me iba a curar: Llegó la final de la Copa del Mundo de Francia 1998, en la que la final tuvo el choque entre los brasileños y los locales, el 12 de julio de 1998. Todos veían la final y yo, de 12 años de edad, jugaba solito en el patio a darle a la pelota con los tacos de mis pies. ¡Ojo! Ya habían pasado casi tres años desde el invento del escorpión, pero yo aún seguía siendo un loco escorpionizado con libertad llevada a un extremo inimaginable.
Zulema: el antídoto perfecto
“Los miedos son la raíz de todos los problemas”, dice el refrán que ya cité. Pero me guardé su última parte para el final; este continúa: “El miedo desaparece con el amor, pero el amor, da miedo”. ¡Y ahí está la cura! Sí, el amor. Ustedes dirán: “¿pero de qué miedo habla? Si él no tenía ningún miedo”. Cierto. Qué miedo iba a tener con mi enfermedad si me lanzaba al suelo a seguir golpeándome sin que me doliera nada. Ya tenía hasta marcas en el cuerpo, que bien cualquiera me podía decir que me habían poseído o me hubieran agarrado a latigazos.

La cosa es que si el enamoramiento era capaz de curar un miedo, también podía vencer a una esquizofrenia escorpiónica alucinatoria. Así como la insulina de amor sanó a Juan Luis Guerra y su bilirrubina, yo me templé a los 13 años y me curé. Sí. Me enamoré de una chica de mi clase de natación que se llamaba Zulema, y yo no podía dejar de verla. Mi mente emigró a otro lugar y abandoné el escorpión, y todo lo que esto repercute: se me comenzaron a borrar las heridas del cuerpo, las paredes de mi abuela comenzaron a limpiarse, mi arco era más utilizado ¡y ahora solo pensaba en ir a la natación! También volví a juntarme con mis amigos. ¿En qué puede afectar un enamoramiento en que yo juegue más con mis compadres? Tal vez mi naturaleza me volvió más normal, como un humano cualquiera para gustarle a Zulema (loco como estaba, jamás me iba a mirar).

Al fín: curado pero enfermo de nuevo

El amor cura el miedo pero el amor da miedo. A mí me curó la esquizofrenia, pero además, me enfermó de enamoramiento. Estaba templado pues. ¿A quién no le ha pasado? El loco escorpiónico dejó de ser libre para quedarse encerrado otra vez en el fondo de mi mente –o irse para siempre, espero– y pasé a estar enamorado de Zulema por un tiempo, entonces, otra vez estaba como un enfermo. Ella no llegó a ser mi enamorada. Después me olvidé de ella y me gustaron otras chicas y tuve una que otra enamorada.

Pero eso no viene al caso. Lo importante es que estoy aquí: curado. Soy un humano como cualquiera y ya no sufro esquizofrenia escorpiónica alucinatoria (me gusta repetirlo). Ahora puedo escribir esta crónica que enviaré como caso real al Instituto de Psiquiatría y Psicología Médica, al que bien le podría servir como herramienta para sanar a varios locos que podrían recibir el antídoto del enamoramiento, este que me curó de la maldita adicción al escorpión, que me tuvo tres años como un enfermo y me hizo perderme la final entre Francia y Brasil en 1998.

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